Era de noche.
Tú y yo, llegamos a nuestro lugar de destino, después de un largo viaje.
Y allí se encontraban ellos, tan reales como siempre.
Cada uno de nosotros había llegado hasta allí con un único proposito. Un proposito fuerte y duradero que no entiende a razones, y que es fiel al corazón.
Nos acercamos los cuatro. Y por un instante, nos miramos, cara a cara, unos a otros. El tiempo se detuvo, si previo aviso, y el plano de la realidad se quebró ante la fuerza de la fantasía que impregnaba la escena.
Y, todos matamos al silencio a fuertes carcajadas, ¡Qué situación más ridicula!-pensamos.
Nada de fuera nos interrumpió, solo teniamos ojos para nosotros cuatro. Nada ni nadie pudo romper la misteriosa magia que nos unía.
Y lentamente empezamos a confesar palabras, que, habiamos guardado todo este tiempo. Verdades, que, salieron de nuestras vocas sin más. Y, así, sin más, tú le besaste, él me besó, yo la besé y ella te besó. Nos volvimos a mirar, y volvimos a reír. Esta vez no pudimos parar en mucho rato. Nuestros sentimientos se confundieron unos a otros, creando ambigüedad. Tú, solo tenías ojos para él, como habías demostrado todo este tiempo. Él solo tenía ojos para mi, lo cual no lo había esperado hasta ese instante. Yo solo tuve ojos para ella, risueña, y pura como el agua del mar, y ella solo tuvo ojos para ti, novedad que supe aceptar. Todo lo demás daba igual.
Y, todo se volvió abstracto, hasta que reinó la más densa oscuridad.
La oscuridad que nos hizo volver a la triste realidad.
Y en ese momento comprendimos, que ya no esxistía franja alguna para nosotros, que separase ambos mundos.
Que todo era raro, sí, pero ¿y qué más da?
¡A la porra!
Y seguimos hablando, contando cosas, que quizás, significaran algo más...
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