domingo, 1 de marzo de 2009

¿Realmente todo está en manos del Destino?

Un largo sendero se cierne sobre mis pies.
Pedregoso y acosado por las sombras, árboles que tapan el sol.

Camino, despacio, bara en mano, sobre la tierra. Poco a poco voy alzando la mirada que se me pierde en el horizonte. Mis pasos son firmes, decididos, pero estudiados y cautos. Nunca he sido de esas personas que por costumbre andan dando pasos en falso. Sin embargo, el sudor empieza a caer por mi espalda, frente y nuca, dejando así empapadas mis ropas. Cada paso es un sacrificio, es una meta conseguida y pagada con duro esfuerzo. El sol ha desaparecido ya por entre las nubes.

Avanzo, en silencio. El cansancio empieza a hacer mella, se puede apreciar en mi rostro difuminado. Conforme voy adentrandome y dejandome engarzar por las ramas de los árboles, mi respiración entrecortada se dispara. Me va faltando el aire. Y mi corazón late fuerte, me hierve la sangre, colorea mi piel rojiza. Mi garganta arde sedienta, no hay agua para beber, me escasea la saliva. Mi peso va dejandose caer sobre el bastón, incapaz ya de sostenerme en pie. Pero a pesar de ello, sigo caminando, adentrandome por el sendero, a solas.

Después de tanto tiempo, tiempo que araña mi vida, veo porfin una bifurcación en el camino. Que me dirija a la izquierda o a la derecha depende únicamente de un sólo hecho. El Destino.

No hay más opciones, yo no puedo elegir, mas otros elegirán por mí.

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