A lo lejos, los tambores suenan, triste monotonía.
Los soldados se acercan, los siento. Oigo el chapoteo de sus pasos sobre el fango, la música metalica de sus espadas y armaduras. Un grito de guerra se escucha, aterrador.
Ahora los pasos se vuelven rápidos, los soldados corren ansiosos, empuñan sus espadas, alzan sus escudos, deseosos de probar sangre fresca. Se nos echan encima, ya estan aquí.
Mas, nos quedamos de piedra, helados, pues no podemos hacer nada para retrasar la frenética marcha.
Arrojamos las espadas al suelo, bandera blanca en mano. Pero los soldados parecen no percatarse. Sus ojos inyectados en sangre nos buscan nerviosos. Al fin llegan al prado, y sin dudar un instante nos atraviesan fríamente. Sin piedad.
Como una leona caza un conejo. Al más puro instinto animal.
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