Y seguiré siendo la misma de siempre, aquella chiquilla que no supo nunca salir de su agobiante tortura, que no supo desatar los braceletes de sus manos, y que nunca jamás morderá el pañuelo que amordaza su boca para decirte lo mucho que te ama.
Viviré siempre al abandono de los que nunca me han amado, que no vienen a ser pocos, y que encarcelan a los que sí lo hicieron en su día.
Lloraré mis penas sola, sin consuelo alguno, sin esperanzas al sol. Seré siempre la prisionera de tus ojos, aquella que nunca supiste ver, y a la que olvidaste pronto. Ni siquiera a mi muerte llegarán triunfos de gloria, ni milagros, ni justicias porque nunca tendré el coraje, ni la valia, ni mucho menos la posibilidad de decirte al oido, suavemente, eso que tanto deseo. Y porque si alguna vez lo hiciera, no encontraría nada salvo dolor, puesto que tu corazón pertenece ya a otro rojo y caliente que duerme junto al tuyo cada noche. Y porque la distancia que nos separa es ya un muro de piedra que se eleva ante nosotras y que no podemos franquear.
Pronto dejaré de ser tu amiga para no ser más que la desconocida que te alaba en silencio. Tú volarás junto a la felicidad y unirás tu corazón al suyo sin mirar atrás.
Ya perdí esta batalla antes de nacer, y con esta también pierdo la guerra de la vida que nunca viviré. Estaré siempre sola, a todo momento, en cualquier sitio, es mi destino, el que me ha tocado vivir. Ya no espero nada de ti, pues ya esperé bastante y no recibí más que dolor. Ese dolor profundo que se clava una vez y no desaparece jamás. Y aunque algún día, en un futuro lejano deje de amarte, siempre perdurará el recuerdo de haber sido el primer amor verdadero que tuve, y también el último que tendré jamás.
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