Conforme pasaban los días, el cansancio y el sueño se iban acumulando en mi, pero eso no fue lo más significativo entre las personas que me conocían. Cada día que pasaba me iba aislando más del mundo, cada nuevo día era la sombra del anterior...
Poco a poco se me fueron marcando las ojeras hasta llegado un momento en el que ya no podía hacer nada para disimularlas. Mi cuerpo, flamelico ya, presentaba una fragilidad sorprendente. En poco mas de 2 meses había adelgazado más de 15 kilos..., sentía como las ganas de vivir disminuían, ya nada me importaba. En aquellos días, la palabra "estudiar" la tenía grabada en la cabeza: desde que el profesor dijo que no tenia madera para soportar las duras clases del bachiller de ciencias puras; supongo que me lo tomé a pecho. Y fue una de esas pocas veces en la vida que se te mete una cosa entre ceja y ceja y no puedes parar de pensar en otra cosa.
Así habia conseguido sobresaliente en todas las asignaturas del curso para cuando llegó el final del segundo trimestre. Pero todo ese esfuerzo, a cambio de perder mi vida personal, y por tanto una grandisima parte de mi misma. Había rechazado ya tantas cosas...¿Que más podía pasarme?
Aquel sabado de febrero, alguien asomó a la puerta. Yo me encontraba en mi habitación, estudiando, como ya era costumbre en mi.
No acudí al instante. Fueron necesarios tres timbrazos para devolverme a la realidad, y deplazarme hacia la puerta.
Era C, mi mejor amiga desde que tenía uso de razón. Nada más abrir la puerta me sacó de la casa y me condució hacia la puerta del portal, yo, ha regañadientes, fui incapaz de rechistar.
Me estopé de narices con la fria brisa mañanera. No había salido a la calle en una semana, tiempo que había consagrado a incasables horas de estudio delante de los apuntes, encerrada en mi habitacion.
Caminábamos hacia la panadería de la misma plaza, cuando al cruzar una de las calles que hacían cruce, un largo brazo me trasaladó hacia la esquina, debajo de una repisa alargada. Antes de ver la cara de mi secuestrador o secuestradora, una mano me abofeteó el moflete izquierdo de tal forma que mis gafas salieron disparadas hacia el suelo...me quedé ahí, helada.
Pocos segundos después, me atreví a fijar la vista en aquella siniestra persona. Era ella, que había venido de tan lejos, ella, a la que habia tratado de olvidar en bano, a la que hacia más de un año que conocía, y con la que había pasado tantos momentos juntos.
Un mar de información me llegó de repente al cerebro. Y una sensación de impotencia me invadió. Me quedé mirandola, y durante un instante mantenimos las dos la mirada. Yo, sabía que me lo merecía, y que por supuesto me merecía mucho más. Había sido una cretina con ella, y la había hecho sufrir, al igual que había hecho sufrir durante aquellos dos meses a todos los que me rodeaban, que no eran pocos, y que se preocupaban por mi felicidad y mi conducta. Porque había cambiado tan radicalmente, y porque estaba hechando mi vida a perder.
De repente, fue como si esa bofetada me devolviera a la realidad. Como si me quitara la venda de los ojos, y me mostrara lo que estaba haciendo. Me avergoncé, si, me avergoncé, por haber sido tan niña. Pero aún así, mantuvimos la mirada un largo rato. Sus ojos, me transmitieron su dolor, y su preocupación hacia mi. Y no hacían falta las palabras para explicar lo que había pasado. Nos lo dijimos todo con los ojos.
Y así, al instante, me besó. Estabamos tan cerca la una de la otra..., era tantos los sentimientos que compartiamos. En mi interior se formó un remolino de ambigüedad. Sentía verguenza, miedo, desprecio , rabia hacia mi, pero a la vez mi corazón se revoloteó juguetón en mi interior. Y yo le correspondí en el beso como sentía. Cuando nos separamos, parecía como si hubiera pasado una eternidad desde que había bajado del portal.
No lo aguanté, necesitaba liberar todos aquellos sentimientos acumulados. Lloré, lloré al abrazarla, sobre su hombro. Y así estuve poco mas de media hora...
No podía..., necesitaba desahogarme, y ella estaba allí.
Y era tan confuso todo..., nada parecía tener lógica.
Pero comprendí, que nada de lo que estaba haciendo hasta entonces servía de algo. Comprendí, entonces, que estaba haciendo mucho daño a muchas personas, que no lo merecían, que intentaban ayudarme, y de las cuales yo pasaba completamente...
Y fue entonces, cuando, milagrosamente, y por un instante fui feliz. Porque, aquel beso, bajo la lluvia de febrero, me hizo sentir de nuevo el inmenso calor de mi corazón, que latía a mil por hora bajo la piel.
0 comentarios:
Publicar un comentario