sábado, 9 de febrero de 2008

Balas sin objetivo.


Era de noche ya, cuando un ruido penetró en la cocina. Estabamos en mi habitación, y a las dos nos dió un sobresalto. La puerta había cedido, dejando pasar a cinco hombres enmascarados. De repente, la casa se transformó en un campo de batalla, en medio de la calle.
Cogí el telefono al instante y logré llamar a la policia. Pero los hombres estaban ya allí, y la policía iba a tardar en llegar.
Cogí, sin miramientos, la metralladora de debajo de mi cama, y la cargué de balas hasta el tope. Sin más distracciones, miré por la mirilla y empecé a disparar sin más.
Duerante la confusión de la batalla, ella se entregó a nuestros secuestradores, sin decir palabra me traicionó. La policia no hizo acto de presencia, y a mi se me estaban ya gastando las balas. Desde mi campo de visión, pude entrever una parada de autobús, era de noche ya, pero no importaba, no podía hacer otra cosa, no habían más salidas. Al unisono se unió el ligero chasquido del motor de un autobús que si bien percibía no debía de estar lejos, y que pararía en la parada en breve.
Volví a cargar la metralladora, y abandoné a mis secuestradores y a ella, al salir corriendo por la parte lateral de lo que antes había sido mi casa. Multitud de muros me cubrían, y los sillones cantaron al toparse con las balas enemigas. De cuanto en cuanto, disparaba yo, pero no daba ni una, o al menos solo logré alcanzar a uno de ellos. El cielo era cada vez más, más oscuro, y pareciera como si se callera encima. Aquellos minutos, los que pasaron entre que iba de mi casa a la parada de autobus, se me pasaron eternos. Pero al fin logré alcanzar mi objetivo para cuando llegaba el autobus y me monté en él antes de ser alcanzada por los cinco secuestradores. Y así logré escapar una vez más, como águila que alza el vuelo, de aquella peripecia tan descabellada.

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