jueves, 23 de octubre de 2008

¿Me ves abuela? puedo sentirte...

¿Por qué tengo la sensación de que me ves, abuela? de que sigues ahí, imparable. Toda una vida de sabiduría, toda una vida marcada por la guerra. Eres mi dios. Mi esperanza, la de reunirme contigo algún día.



Y avanzo, día a día, caminado sobre los escombros del pasado. Sobre las cenizas de aquella guerra en la que lidié. En aquellos tiempos solo deseaba alcanzar la luz que me era mostrada, la que marcaba el camino que debía seguir. Porque mirar atrás, significaba perder. Hundirme en lo más profundo de mi ser, recaer de nuevo sobre mi corazón maltrecho. No ansiaba más que salir de allí, de la oscuridad que me consumía a diario. La batalla fue cruenta al principio, la sangre emanaba, me iba quitando la vida, destruyendome desde el interior. Llegué a pensar que no saldría inmune de allí, que ese era mi destino, y mi compañero el dolor. Pero no contaba con un factor importante: el tiempo. Le debo mucho al tiempo, que fue sanando poco a poco las heridas. Los meses pasaron, y poco a poco, los enemigos caían exaustos, no pudieron con mi noble alma, pues es de natural resistente. Seguí implantando mi escudo, protegiendome de aquella atrocidad. Me mantenía así poco a poco, ganando pequeñas batallas, con la mentalidad propia de un tiunfador. Y entonces, llegó la resistencia.

Un oasis en medio de un desierto. Un claro en medio de una selva amazonica. Un poco de paz en medio de una cruenta guerra.

Una resistencia sin duda, gracias a la cual, logré ganar la gran guerra. Y ahora camino despacio por la senda del presente. Aún guardo los recuerdos del pasado, pues no puedo deshacerme de ellos, pero ya no duelen. Y si, una vez más, el amor fue más fuerte que el dolor. Descansé largo y tendido, hasta reponerme por completo. Saqué de mi interior toda esa negrura que me había cubierto hasta entonces. Y alcancé la luz. Fui iluminada por aquella estrella tan poderosa, que lucía resplandeciente en el cielo. Salí victoriosa, aún sin ver la manera de seguir adelante, perdida en medio de un océano.

Y ahora me pregunto, abuela, si no fuiste tú la que me tendió la mano, sabedora de mi consciencia. Sangre de mi sangre. ¿Fuiste tú? Me pregunto si fuiste tú la que invocó aquella estrella. La que me dió agua cuando me moría de sed. Se que puedes verme, te siento muy cerca, en el cielo. Te veo en mis sueños, ¡Te anhelo tanto! Anhelo aquellas noches de verano, en las que me contabas cuentos en la noche, para que me durmiera. Recuerdo aquellas tardes sentada en el sillón, cuando tejías vestidos para mi. Aquellos patucos que me hisciste un día. Recuerdo tu sonrisa, tus ojos verdosos. Y espero, algún día poder ser como tú. Tan encantadora, tan audaz.

Quiero que sepas, abuela, que pronto nos encontraremos, y que cuando llegue el momento, seré yo la que te sorprenda a ti.

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