Cuando desperté aquella noche, en la oscuridad, pensé en todo lo que me quedaba por recorrer, en todas las guerras que me quedaban por combatir, en todas las luchas por ganar. Lloré al verme inundada por tanta maldad, lloré porque presentía que mi destino me castigaría sin cesar.
Me sentí angustiada, porque de algún modo sabía que no acabaría nunca.
No sabía nada de la vida entonces, apenas era una niña. Suficiente para saber que la vida no era tal como la pintaban los cuentos. Todos luchamos por la misma causa, todos, absolutamente todo el mundo, desde el hombre primitivo hasta el sapiens sapiens. Todos queremos llegar hasta la libertad.
Pero no nos damos cuenta, que por más que queramos, no seremos nunca libres hasta que no perdamos absolutamente todo lo que tengamos. Y en esto estaba totalmente en lo cierto.
Cuando perdemos todo, todo lo que realmente nos importa, ya no tenemos nada más que perder, y es en ese momento en el que nos atrevemos a ser nosotros mismos. Por primera vez en nuestras vidas, nos quitamos la costra que nos envuelve, y hacemos lo que verdaderamente queremos.
Por eso, hoy he aprendido que nunca seré libre, porque soy incapaz de tirar por la borda todo lo que tengo. Porque tengo miedo de perderlo todo, porque quizá sea eso lo que me agarre a la vida, y lo que dé sentido a todo. A lo mejor, si alguien se lo llevara todo por mi...si alguien me lo arrebatara...todo sería más sencillo.
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